miércoles, 29 de junio de 2011

El delantero que envolvió de verbo el gol

Yo soy más de apoyar a la gente cuando lo necesita, no de prenderle velitas después", comentó Carlos Martínez Diarte (Asunción, 1954- Valencia, 2011) en una de sus últimas entrevistas. Estaba dolido por la falta de apoyo de aquellos equipos en los que jugó o entrenó. Se negó a aceptar el camino sin retorno incluso en la cercanía de las sombras. Aún ayer se sentía seleccionador de Guinea Ecuatorial, pese a que le buscaron sustituto en cuanto le diagnosticaron la causa mortal de sus molestos dolores de espalda.

Lobo Diarte murió acompañado pero sintió en sus últimos meses el mal del olvido: la soledad. Para las dudas existenciales encontró el refugio de la poesía -187 obras registradas-. En su retiro suplantó con ella la algarabía del gol. Sus inquietudes intelectuales mostraron a un hombre atípico para el fútbol, una persona de carácter renacentista capaz de expresarse como un delantero contundente con el balón, y como un tipo sensible con papel y pluma.

A Diarte se le define como un delantero centro de zancada larga, rápida y ágil. El apodo de Lobo se lo pusieron con 17 años, cuando debutó con el Olimpia de Asunción, el único equipo con el que consiguió títulos: una liga en 1971, en su debut; y otra en 1987, cuando se retiró.

Entre una fecha y otra hizo carrera en España. El Zaragoza le abrió las puertas en 1973 tras abonar 7 millones de pesetas por su traspaso. Pero antes debió cumplir como un trámite la búsqueda de un padre adoptivo de nacionalidad española que con sus apellidos facilitase su salida de Paraguay.
 
También jugó en el Valencia de Kempes, en el Salamanca (79-80) y el Betis (80-83). En nueve temporadas en la Liga marcó 84 goles. Después de dos años en el Saint-Ètienne francés (83-85) volvió a su Asunción natal para colgar las botas en 1987.


La vida le abrió desde entonces otras sendas. Cultivó su perfil humanista mientras continuó ligado al fútbol como entrenador. Trabajó para los filiales del Valencia en varias etapas, para el Atlético Madrileño… Al mismo tiempo escribió letras, compuso música y cantó. Fruto de ello es un disco de 1989 titulado 'Por otros caminos'.

Diarte encontró su remanso en la literatura, que le ofreció treguas a un estado nervioso abocado al sufrimiento. Se especializó en la agonía dominical. Tuvo el encargo imposible y postrero de salvar del descenso al Salamanca (en Primera, 1999) o al Nàstic de Tarragona (en Segunda, 2002). En su país dirigió al Guaraní, Olimpia y Atlético Colegiales.

Hace un año le eligieron para guiar a la selección de Guinea Ecuatorial a la próxima Copa de África. Las cosas comenzaron bien tras la medalla de plata conquistada en la Copa Cemac.

La enfermedad apareció en la última Navidad. Por días aún se sentía con fuerzas para pelotear con dos de sus cuatro hijos en un parque cercano a su casa de Valencia. La quimioterapia le ofreció a ratos el optimismo de pensar que los tiempos en los que se paseaba por la ciudad en un Mustang rojo aún podían volver, que sería capaz de ganar y hacer regresar a aquel tipo espigado y apuesto que envolvía de verbo el gol.

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